sobre Kovadloff
Guió Comentaris a Pau i Manuel sobre Kovadloff
Alexandre Nunes de Oliveira
Sessión 11/04/05
Última sesión del curso, naturalmente, un cierto gusto a tristeza por un final que llega. Pero hay que seguir pensando y comentando.
Del guión de Pau apunto primero su identificación de las categorías centrales del texto de Kovadloff, el par conceptual compuesto por el Único y el Intruso y la curiosa articulación con la idea de la Tragedia (cf. p.1). El ámbito del yo, por lo tanto es como un teatro - espacio del visible, pero también de la acción, ejecución, tensión y trama. El yo, por lo tanto, es personaje, agente discursivo, representación, narratividad, coro, coreografía y puesta en escena, convulsión, deveniencia. Como señala el compañero: «Y en este punto empieza el drama. La identidad es una ficción imposible, Kovadloff la equipara a un sueño del que despertamos cuando sobreviene el dolor, cosa que sucede tarde o temprano. El dolor se manifiesta como la presencia dentro de mí de algo Otro, radicalmente otro e inasimilable. El Único se resiste, el Intruso se impone brutalmente. Tenemos pues la primera polaridad trágica “Único – Intruso” que pasa por dos estadios a los que Kovadloff llama, con un préstamo de Freud, “miseria histérica” y “infortunio ordinario”[1].» (pp.1-2)
La dualidad instalada, avanzando en la tematización que lanza Pau, no es sólo entre dos términos, Único e Intruso, sino también un conflicto de valor, entre dolor y salto existencial, entre sufrimiento y apertura de horizonte. Esta dialéctica tiene por intersticio[2] y motor a la interpretación, motivo rescatado también de la estética teatral, pero que también supone la escucha y la tarea hermenéutica. Así lo resume Pau: «En este punto el ser humano es un ser patético, puesto que no es más que padecimiento. [§] Para alcanzar el segundo estadio el dolor requiere someterse a un proceso de interpretación, debe traducirse para no destituir al sujeto de su espiritualidad. Interpretar significa quedar expuesto al dolor con todos los riesgos que ello conlleva, pero también es adentrarse en la aventura de sugerir un sentido. Sólo entonces empezará la Transfiguración del Sujeto en Persona, del Dolor en Sufrimiento.» (p. 2)
Continuemos con la lectura: «La búsqueda de la identidad empieza con este tránsito, es el principio de un proceso necesariamente inconcluso.» (p.3) Y un poco más se itera: «La búsqueda de la identidad es un viaje al que Kovadloff compara con una peregrinación sin término, puesto que “como no termina de partir, no puede, en consecuencia, terminar de llegar”. En otro lugar, SK se refiere más explícitamente a la identidad como aquello que no tenemos, dice “identidad es fundamentalmente habitar el territorio del no-tener”[3].Esta peregrinación, este viaje que nunca sale del origen “es lo único que vale la pena aprender”.» (Idem, p.3). Elemento trágico, porque crítico y angustioso, puede considerarse el carácter inacabado de la identidad, ese reflejo y despojo de la imperfección humana. Pero es tan sólo una cuestión de perspectiva. Asumir el real como devenir y proceso continuo puede perfectamente corresponder al entusiasmo de enfrentarse, conocer, maravillarse y hacer la continuada novedad de la vida y del mundo (para recordar otra y otra vez a Pessoa, bello nombre, lo que tiene patria en la lengua).
En esa línea (o oxímoron), vida, existir, búsqueda de identidad, funcionan «como un enigma que nos interpela» (p.4), celebrando el misterio y el sabor de las cosas, la pluralidad y la transversalidad de nosotros mismos. Por eso igualmente entramos en acuerdo cuando Pau resalta que «para Kovadloff esta significación pasa por asumir el destino, hacerse cargo de él, esto es, actuar.» (p.4). La vida es convite a sí misma, con-vida. Asumir destino es a la vez asumir nuestras limitaciones, nuestros errores: el matiz de la existencia es pues la destinerrancia de que hablaba Derrida (!), la ventura de la diferencia, entre decisión y contingencia, avanzo y retroceso, gaño y pérdida.
Pasamos ahora al comentario de Manuel, que, naturalmente, aborda también muchas de las temáticas antes exploradas. El argumento lo expone claramente en el primero párrafo del escrito: «Primera: aceptar que nuestra condición es la de ser crisis, no seres definidos de una vez y para siempre, sino un punto de convergencia y tensión entre fuerzas opuestas; segunda: que el origen de tal crisis se sitúa en nuestra pretensión —necesidad— de fijar una forma a una existencia que es tránsito, pues estamos sometidos a la finitud; y tercera: que desde esta condición paradójica —enigmática— se debe abordar la pregunta por la identidad, son, creo, tres lecciones que Kovadloff nos propone.» (p.1)
Adentrando en la dicotomía del Único y del Intruso, y desviando para la nota de pie nº1, bien nota Manuel que el tango en que se lanza esta pareja conceptual se propicia a un sin-fin de variaciones exegéticas: psicoanalítica, existencial, sociológica, estética (véase Pau) y porque no ético-política: «Los términos utilizados se prestan a un juego en el cual, sin forzarlos, los podemos pensar tanto en el ámbito individual como en el social. El Único se puede asimilar al carácter del sujeto que se pretende autoconciente y por ello autónomo. Además, en el plano social el concepto se puede aplicar a la tendencia de los modelos de sociedad a fijar unos valores y normas desde los cuales se fundan su organización y se establece un orden. Asimismo, en la esfera del individuo podemos asociar el Intruso con “esas cosas” propias de la condición humana —no siempre placenteras— a las cuales estamos sujetos por fuerza natural. Y en el terreno social podemos vincular el Intruso no sólo a los considerados como “bárbaros”, sino también a los mismos productos o partes de la sociedad que no alcanzan el nivel o no aceptan el lugar que dentro de ellas se les asigna y, en consecuencia, son marginados, absorbidos o extirpados. En este último sentido es bastante claro Zygmunt Bauman en su capítulo, leído en el seminario, Construcción y deconstrucción de extraños, donde, como Kovadloff, también relaciona la noción de extraño con la de anomalía.» (n.1, p.1). Preescrutando el riesgo de dispersión que implican estas extrapolaciones, Manuel se contiene en trillar estos campos, pero la seducción de sus virtualidades quedan evidentes y remarcadas.
Ya Kovadloff nos enuncia que de manera general las culturas no nos preparan adecuadamente para la idea de la muerte. En Occidente ese alejamiento de la muerte de nuestro cotidiano (de alguna manera, es el extraño, el intruso también) es particularmente flagrante, que con la modernidad incluso el sufrimiento se intentó domesticar. Seguimos el filón apuntado por Manuel en su ensayo: «El doliente reniega de la finitud a la cual está adscrito: “un hombre doliente: lamentará su finitud como destino injusto” (41). Es un Yo absoluto proyectando su abstracción hacia el mundo. Para Kovadloff, la imagen del doliente define el concepto de nuestra cultura: “quiero decir que en el hombre hegemónico de Occidente sigue siendo dilecta su alianza con el Único en desmedro del Intruso” (44). Optar por el triunfo: quintaesencia del espíritu moderno[4]: “el hombre hegemónico de Occidente se resiste a encontrar su verdad en el sufrimiento y a ello lo ayuda la concepción apocalíptica del triunfo que quiere alcanzar sobre el dolor» (p.4). Aquí se abre un agujero a otra perspectivación del fenómeno de la posmodernidad, pasando por la aceptación del enigma, de la hiperabundancia de la vida, de la disidencia y del errar, del destino de intrusión. Admitir el dolor y el sufrimiento como partes inalienables de la existencia. (A camino también de la estética). De donde se sigue que: «en lugar de negar lo que se ha considerado extraño, abrigarlo. Sufrir es reconocer y aceptar la contradicción intrínseca de la existencia: “tensión incesante entre el Único y el Intruso”» (p.5). Apología de la diversidad, te buscamos.
!A encontrarla! «Kovadloff caracteriza el sufrimiento como ofrenda: una bella palabra que aleja la sombra de renuncia y triste resignación en quien sufre, y la acerca más al gozo: ella guarda la idea de la entrega, de la donación, “pérdida de la autosuficiencia del Único” (31) que, paradójicamente, deponiendo su subordinación al cálculo arroja frutos.» (p.5). Aquí, por lo tanto, fortalecemos la sospecha de que la renuncia de la renuncia lleva a ampliar horizontes, que podemos incluso desplegar al descubrimiento de nuevos deliquios y placeres, a la intensificación de la vitalidad olvidada. La inclusión, violenta de una parte, es fuente de nuevas inquietudes, naciente de neófitas crisis y dilemáticas - enriquecedora, por lo tanto: «Estabilidad y disolución, fuerzas contradictorias que, dice Kovadloff, “reunidas, replantean el sentido de la identidad” (37)» (p.6). Es portal de nuevos desafíos, invitación al dinamismo, al despertar curioso para la alegría de las cosas[5]: Una creación permanente[6]. Y léase la nota.
Por fin, como no podría dejar de ser, y aprovechando también la dinámica instalada en clase, ver la forma como sea Pau, sea Manuel han encaminado sus presentaciones hacia temas artísticos, invocando al teatro, a la pintura, e incluso al arte como máxima modalidad de la existencia. También lo sugiere Pau en el final de su artículo, en la invocación de la estética de lo sublime. Es un terreno que sigue en abierto como reducto de esperanza, redención, catarsis y elevación.
Y así se acaba, lo que no tiene fin.
[1] Santiago Kovadloff: El Enigma del Sufrimiento. Pág. 29.
[2] Pasa por aquí el poema de Mario de Sá Carneiro.
[3] Entrevista a SK, Campo Grupal nº 10. 1999
[4] Vale la pena recordar algunas ideas de Adorno: “La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad” (p. 59). “La Ilustración reconoce en principio como ser y acontecer sólo aquello que puede reducirse a la unidad; su ideal es el sistema, del cual derivan todas y cada una de las cosas” (p. 62). HORKHEIMER Max, ADORNO Th. W. Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Madrid: Trotta, 1998. La cita también viene a cuento porque ciertas ideas de Adorno —como sabemos— están en la base de la tesis de Reyes Mate sobre la memoria moral.
[5] - Ahora pienso en Emir Kusturica.
[6] Este pensamiento respalda la tesis expuesta en el curso acerca del carácter performativo, en permanente construcción, de la identidad. Lo que, desde cierto punto de vista, tiene bastante que ver con la interpretación de la existencia como obra de arte o como fenómeno estético. Pero también, me parece, trasladado al plano social y político guarda cierta relación con la sugerencia de Judith Butler: “la tarea consiste en formular, dentro de este marco constituido [las estructuras jurídicas del lenguaje y de la política, el presente histórico], una crítica de las categorías de identidad que crean, naturalizan e inmovilizan las estructuras jurídicas contemporáneas”. BUTLER Judith. Op. Cit. p. 37.
Alexandre Nunes de Oliveira
Sessión 11/04/05
Última sesión del curso, naturalmente, un cierto gusto a tristeza por un final que llega. Pero hay que seguir pensando y comentando.
Del guión de Pau apunto primero su identificación de las categorías centrales del texto de Kovadloff, el par conceptual compuesto por el Único y el Intruso y la curiosa articulación con la idea de la Tragedia (cf. p.1). El ámbito del yo, por lo tanto es como un teatro - espacio del visible, pero también de la acción, ejecución, tensión y trama. El yo, por lo tanto, es personaje, agente discursivo, representación, narratividad, coro, coreografía y puesta en escena, convulsión, deveniencia. Como señala el compañero: «Y en este punto empieza el drama. La identidad es una ficción imposible, Kovadloff la equipara a un sueño del que despertamos cuando sobreviene el dolor, cosa que sucede tarde o temprano. El dolor se manifiesta como la presencia dentro de mí de algo Otro, radicalmente otro e inasimilable. El Único se resiste, el Intruso se impone brutalmente. Tenemos pues la primera polaridad trágica “Único – Intruso” que pasa por dos estadios a los que Kovadloff llama, con un préstamo de Freud, “miseria histérica” y “infortunio ordinario”[1].» (pp.1-2)
La dualidad instalada, avanzando en la tematización que lanza Pau, no es sólo entre dos términos, Único e Intruso, sino también un conflicto de valor, entre dolor y salto existencial, entre sufrimiento y apertura de horizonte. Esta dialéctica tiene por intersticio[2] y motor a la interpretación, motivo rescatado también de la estética teatral, pero que también supone la escucha y la tarea hermenéutica. Así lo resume Pau: «En este punto el ser humano es un ser patético, puesto que no es más que padecimiento. [§] Para alcanzar el segundo estadio el dolor requiere someterse a un proceso de interpretación, debe traducirse para no destituir al sujeto de su espiritualidad. Interpretar significa quedar expuesto al dolor con todos los riesgos que ello conlleva, pero también es adentrarse en la aventura de sugerir un sentido. Sólo entonces empezará la Transfiguración del Sujeto en Persona, del Dolor en Sufrimiento.» (p. 2)
Continuemos con la lectura: «La búsqueda de la identidad empieza con este tránsito, es el principio de un proceso necesariamente inconcluso.» (p.3) Y un poco más se itera: «La búsqueda de la identidad es un viaje al que Kovadloff compara con una peregrinación sin término, puesto que “como no termina de partir, no puede, en consecuencia, terminar de llegar”. En otro lugar, SK se refiere más explícitamente a la identidad como aquello que no tenemos, dice “identidad es fundamentalmente habitar el territorio del no-tener”[3].Esta peregrinación, este viaje que nunca sale del origen “es lo único que vale la pena aprender”.» (Idem, p.3). Elemento trágico, porque crítico y angustioso, puede considerarse el carácter inacabado de la identidad, ese reflejo y despojo de la imperfección humana. Pero es tan sólo una cuestión de perspectiva. Asumir el real como devenir y proceso continuo puede perfectamente corresponder al entusiasmo de enfrentarse, conocer, maravillarse y hacer la continuada novedad de la vida y del mundo (para recordar otra y otra vez a Pessoa, bello nombre, lo que tiene patria en la lengua).
En esa línea (o oxímoron), vida, existir, búsqueda de identidad, funcionan «como un enigma que nos interpela» (p.4), celebrando el misterio y el sabor de las cosas, la pluralidad y la transversalidad de nosotros mismos. Por eso igualmente entramos en acuerdo cuando Pau resalta que «para Kovadloff esta significación pasa por asumir el destino, hacerse cargo de él, esto es, actuar.» (p.4). La vida es convite a sí misma, con-vida. Asumir destino es a la vez asumir nuestras limitaciones, nuestros errores: el matiz de la existencia es pues la destinerrancia de que hablaba Derrida (!), la ventura de la diferencia, entre decisión y contingencia, avanzo y retroceso, gaño y pérdida.
Pasamos ahora al comentario de Manuel, que, naturalmente, aborda también muchas de las temáticas antes exploradas. El argumento lo expone claramente en el primero párrafo del escrito: «Primera: aceptar que nuestra condición es la de ser crisis, no seres definidos de una vez y para siempre, sino un punto de convergencia y tensión entre fuerzas opuestas; segunda: que el origen de tal crisis se sitúa en nuestra pretensión —necesidad— de fijar una forma a una existencia que es tránsito, pues estamos sometidos a la finitud; y tercera: que desde esta condición paradójica —enigmática— se debe abordar la pregunta por la identidad, son, creo, tres lecciones que Kovadloff nos propone.» (p.1)
Adentrando en la dicotomía del Único y del Intruso, y desviando para la nota de pie nº1, bien nota Manuel que el tango en que se lanza esta pareja conceptual se propicia a un sin-fin de variaciones exegéticas: psicoanalítica, existencial, sociológica, estética (véase Pau) y porque no ético-política: «Los términos utilizados se prestan a un juego en el cual, sin forzarlos, los podemos pensar tanto en el ámbito individual como en el social. El Único se puede asimilar al carácter del sujeto que se pretende autoconciente y por ello autónomo. Además, en el plano social el concepto se puede aplicar a la tendencia de los modelos de sociedad a fijar unos valores y normas desde los cuales se fundan su organización y se establece un orden. Asimismo, en la esfera del individuo podemos asociar el Intruso con “esas cosas” propias de la condición humana —no siempre placenteras— a las cuales estamos sujetos por fuerza natural. Y en el terreno social podemos vincular el Intruso no sólo a los considerados como “bárbaros”, sino también a los mismos productos o partes de la sociedad que no alcanzan el nivel o no aceptan el lugar que dentro de ellas se les asigna y, en consecuencia, son marginados, absorbidos o extirpados. En este último sentido es bastante claro Zygmunt Bauman en su capítulo, leído en el seminario, Construcción y deconstrucción de extraños, donde, como Kovadloff, también relaciona la noción de extraño con la de anomalía.» (n.1, p.1). Preescrutando el riesgo de dispersión que implican estas extrapolaciones, Manuel se contiene en trillar estos campos, pero la seducción de sus virtualidades quedan evidentes y remarcadas.
Ya Kovadloff nos enuncia que de manera general las culturas no nos preparan adecuadamente para la idea de la muerte. En Occidente ese alejamiento de la muerte de nuestro cotidiano (de alguna manera, es el extraño, el intruso también) es particularmente flagrante, que con la modernidad incluso el sufrimiento se intentó domesticar. Seguimos el filón apuntado por Manuel en su ensayo: «El doliente reniega de la finitud a la cual está adscrito: “un hombre doliente: lamentará su finitud como destino injusto” (41). Es un Yo absoluto proyectando su abstracción hacia el mundo. Para Kovadloff, la imagen del doliente define el concepto de nuestra cultura: “quiero decir que en el hombre hegemónico de Occidente sigue siendo dilecta su alianza con el Único en desmedro del Intruso” (44). Optar por el triunfo: quintaesencia del espíritu moderno[4]: “el hombre hegemónico de Occidente se resiste a encontrar su verdad en el sufrimiento y a ello lo ayuda la concepción apocalíptica del triunfo que quiere alcanzar sobre el dolor» (p.4). Aquí se abre un agujero a otra perspectivación del fenómeno de la posmodernidad, pasando por la aceptación del enigma, de la hiperabundancia de la vida, de la disidencia y del errar, del destino de intrusión. Admitir el dolor y el sufrimiento como partes inalienables de la existencia. (A camino también de la estética). De donde se sigue que: «en lugar de negar lo que se ha considerado extraño, abrigarlo. Sufrir es reconocer y aceptar la contradicción intrínseca de la existencia: “tensión incesante entre el Único y el Intruso”» (p.5). Apología de la diversidad, te buscamos.
!A encontrarla! «Kovadloff caracteriza el sufrimiento como ofrenda: una bella palabra que aleja la sombra de renuncia y triste resignación en quien sufre, y la acerca más al gozo: ella guarda la idea de la entrega, de la donación, “pérdida de la autosuficiencia del Único” (31) que, paradójicamente, deponiendo su subordinación al cálculo arroja frutos.» (p.5). Aquí, por lo tanto, fortalecemos la sospecha de que la renuncia de la renuncia lleva a ampliar horizontes, que podemos incluso desplegar al descubrimiento de nuevos deliquios y placeres, a la intensificación de la vitalidad olvidada. La inclusión, violenta de una parte, es fuente de nuevas inquietudes, naciente de neófitas crisis y dilemáticas - enriquecedora, por lo tanto: «Estabilidad y disolución, fuerzas contradictorias que, dice Kovadloff, “reunidas, replantean el sentido de la identidad” (37)» (p.6). Es portal de nuevos desafíos, invitación al dinamismo, al despertar curioso para la alegría de las cosas[5]: Una creación permanente[6]. Y léase la nota.
Por fin, como no podría dejar de ser, y aprovechando también la dinámica instalada en clase, ver la forma como sea Pau, sea Manuel han encaminado sus presentaciones hacia temas artísticos, invocando al teatro, a la pintura, e incluso al arte como máxima modalidad de la existencia. También lo sugiere Pau en el final de su artículo, en la invocación de la estética de lo sublime. Es un terreno que sigue en abierto como reducto de esperanza, redención, catarsis y elevación.
Y así se acaba, lo que no tiene fin.
[1] Santiago Kovadloff: El Enigma del Sufrimiento. Pág. 29.
[2] Pasa por aquí el poema de Mario de Sá Carneiro.
[3] Entrevista a SK, Campo Grupal nº 10. 1999
[4] Vale la pena recordar algunas ideas de Adorno: “La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad” (p. 59). “La Ilustración reconoce en principio como ser y acontecer sólo aquello que puede reducirse a la unidad; su ideal es el sistema, del cual derivan todas y cada una de las cosas” (p. 62). HORKHEIMER Max, ADORNO Th. W. Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Madrid: Trotta, 1998. La cita también viene a cuento porque ciertas ideas de Adorno —como sabemos— están en la base de la tesis de Reyes Mate sobre la memoria moral.
[5] - Ahora pienso en Emir Kusturica.
[6] Este pensamiento respalda la tesis expuesta en el curso acerca del carácter performativo, en permanente construcción, de la identidad. Lo que, desde cierto punto de vista, tiene bastante que ver con la interpretación de la existencia como obra de arte o como fenómeno estético. Pero también, me parece, trasladado al plano social y político guarda cierta relación con la sugerencia de Judith Butler: “la tarea consiste en formular, dentro de este marco constituido [las estructuras jurídicas del lenguaje y de la política, el presente histórico], una crítica de las categorías de identidad que crean, naturalizan e inmovilizan las estructuras jurídicas contemporáneas”. BUTLER Judith. Op. Cit. p. 37.
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