Todorov, Ricouer, Reyes Mate
Guió / Comentaris a Ivan i Joan (Todorov, Ricouer, Reyes Mate)
- Alexandre Nunes de Oliveira (28/02/05)
Hoy tenemos dos textos más, de Ivan y Joan, variaciones sobre el mismo nombre, hecho curioso. El tema general es la Historia y la Memoria, y aquí siguen nuestros comentarios, en mañana hostil temperada con chocolate caliente. Empezamos con Ivan.
1. Ivan empieza por destacar como «Tzvetan Todorov destaca la relación existente entre la memoria y los procesos de información. Los diferentes regímenes totalitarios del siglo XX llevaron a cabo una manipulación de la información que les permitió hacer una relectura particular del pasado. Dichos totalitarismos detectaron rápidamente que el hecho de establecer una “historia oficial” podía ser una herramienta muy útil para determinar una (y sólo una) memoria a partir de la cual controlar el entorno social.» Hay por lo tanto una estrecha relación entre la memoria, al menos en su sentido gregario y social, de un legado común, y la información. Para mí, que estudié y practiqué el periodismo, ‘información’ es casi inmediatamente sinónimo de ‘manipulación’. Y, evidentemente, sin que haya necesidad de llamar a la memoria los casos extremos de las dictaduras. Si la memoria, y la gestación de una ‘historia’, se difunden y cristalizan por la vehiculación de la información, que es siempre condicionada y seleccionada, entonces hay que admitir que la memoria (y la historia) fácilmente se moldea, fabrica, enforma, manipula. O al menos que la tentación de hacerlo es grande, por parte de quien tiene el poder, la ideología y el interés en hacerlo.
2. En seguida, considera Ivan que: «En la medida que almacenar todos los datos del pasado es imposible, nos vemos obligados a establecer un proceso selectivo, donde el verdadero problema no es tanto qué merece la pena recordar y qué olvidar (ya hemos dicho que son complementarios), sinó quién y cómo se lleva a cabo la selección de lo uno (lo que suprimimos) y lo otro (lo que conservamos).» (p.1) Esto significa que la memoria nunca puede ser total. Como facultad humana, es finita, lagunar, moridera. Pero entro en desacuerdo con Ivan que sea ‘selectiva’ – al menos conscientemente, voluntaria-mente selectiva, que es para mí lo que el término invoca. A mi ver, la memoria, individualmente hablando, se pauta mucho más por la arbitrariedad y la contingencia: hay cosas que queremos recordar y no conseguimos; hay otras que deseamos olvidar y no logramos. La memoria no depende de la voluntad, por lo tanto, a mi estimar, no es ‘selectiva’, mas bien caprichosa, voluble, aleatoria, además de fragmentaria y perdible.
3. Sin embargo, pienso bien enfocadas las palabras de Todorov que de nuevo hace Ivan citar: “ninguna institución superior; dentro del Estado, debería poder decir: usted no tiene derecho a buscar por sí mismo la verdad de los hechos, aquellos que no aceptan la versión oficial del pasado serán castigados. Es algo sustancial de la propia definición de la vida en democracia: los individuos y los grupos tienen el derecho a saber, y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no corresponde al poder central prohibírselo o permitírselo” (16-17). Al igual de lo que postulan determinados comunicólogos (como Ignacio Ramonet y otros) sobre la extrema necesidad que es, en nuestro tiempo, que sea el individuo / ciudadano a buscar por sus propios medios, y activamente, la información, si en gran medida depende de ésta la memoria y lo que es la narración histórica, entonces es evidente que también el individuo se ha de comprometer con su búsqueda personal de lo que es histórico y mnemónico. Eso hace parte de la esencia democrática (al menos en teoría), pero sobretodo es inherente al individuo dotado de razón: el sentido crítico, la autonomía de su pensar, la dimensión ética y política de su praxis. Por eso doy mi acuerdo a Ivan cuando concluye: No se trata de decidir de una vez por todas qué es aquello que va a constituir nuestra memoria, sino de poner el acento en la decisión como proceso dinámico, como proceso deliberativo mediante el cual nos realizamos constantemente ‘en’ y a ‘través’ del otro.» (estamos todavía en la p.1 se su escrito) y que «Todorov nos viene a decir que todos tenemos derecho a la memoria.» (p.2)
4. Regresando al tema de cómo se manipula, hasta puntos execrables, la información, encontramos más adelante en el texto de Ivan la siguiente reflexión: «teniendo en cuenta la relación mencionada anteriormente entre memoria e información, podemos plantearnos hasta qué punto nuestra sociedad actual establece ciertos criterios homogéneos de selección, lejos del dinamismo que supone toda acción deliberativa. Cabe pensar por ejemplo cómo los medios de comunicación, a través de una especie de “retórica del espectáculo”, sustituyendo la “racionalidad comunicativa” (basada en la idea de que toda comunicación transmite ciertos valores interpretados y debatidos por los interlocutores) por una “racionalidad publicitaria” (donde el espacio para la reflexión es mínimo, en la medida que todo se presenta en términos de ‘producto’ y no de ‘proceso’). La sobreabundancia de información a la que antes nos referíamos, sólo es soportable si va acompañada de una gran capacidad para olvidar, pero el problema no estaba en olvidar o recordar, sinó en los criterios que empleamos para hacer una cosa u otra. La cuestión que planteo (y que si os parece, podemos tratar el lunes que viene), es si la sociedad actual posee mecanismos muy sutiles, pero a su vez sumamente eficaces, para establecer, lejos de un espacio público de deliberación, qué es aquello que va a formar parte de la memoria.» La cita es larga, pero la encuentro proficua; y sobretodo encuentro en ella la punta del iceberg de la respuesta a la pregunta que plantea: la sobreabundancia de información. Esta está hecha para manejar el olvido. Cuando les pregunto porque quieren encender el televisor, a menudo me dicen: para ver el telediario, para saber las noticias. Días después, si les pregunto, cuales eran las noticias de esa noche, no se acuerdan. Es que es imposible retener el exceso de supuesta ‘información’ disparado maquinalmente sobre el receptor en treinta minutos, tantas veces sin criterios que sean la (alegada) espectacularidad, el impacto emocional totalmente inventado o hiperbolizado, la nulidad de relevancia y de sentido crítico de lo que se presenta. La información se torna así un vicio – para el receptor. Nada más normal, si está ‘viciada’ por el emisor...
Entonces, la manera que hay de establecer una memoria en la dispersión deliberada de contenidos (con propósito amnesista) no es otra que la repetición. Si se habla del Barça cada día durante una hora, es largamente más creíble que el receptor fije el mensaje que cuando se habla de inflación en treinta segundos o que se comente la constitución europea de forma intencionalmente ambigua y vaga. La sobrecarga de información está hecha para producir el olvido. La iteración, día tras día, del mismo tema o asunto, significa que eso ya no es un fait divers, sino una orden, algo que hay que recordar, según han decidido quienes comandan. La reiteración hace la memoria.
5. La última cuestión a destacar de la memoria que presentó Ivan, es la categorización de dos tipos de uso del recuerdo: «Todorov distingue dos formas de reminiscencia, según si recuperamos el pasado de manera literal o de manera ejemplar. En el primer caso “subrayo las causas y las consecuencias de este acto, descubro todas las personas que pueden estar vinculadas al autor inicial de mi sufrimiento y los acoso a su vez, estableciendo además una continuidad entre el ser que fui y el que soy ahora” (30). Mientras que si recupero el pasado de manera ejemplar, “sin negar la singularidad del suceso (…) me sirvo de él como de un modelo para comprender situaciones nuevas, con agentes diferentes” (31). Si bien la literalidad de la memoria es “portadora de riesgos”, la segunda modalidad de reminiscencia es “potencialmente liberadora”.» (p.3) Es una distinción que alberga su pertinencia, entre una memoria que es sobretodo identitaria - pero que puede atraparnos a la nostalgia del pasado perdido, de la grandeza épica de un pueblo, en fin, a la histeria o la alineación colectiva - y otra más actuante, edificante, pedagógica, mas personalizada también, en que el pasado se usa no sólo como elemento de añoranza, sino como punto de partida para un cambio, para una postura de vida, para las actitudes que se crean necesarias. Estoy de acuerdo que se puede hacer este uso ético de la memoria, como un elemento más del proceso dinámico de decisión de que se hablaba antes.
6. Pasamos entonces a leer Joan, en temas similares. De partida, Joan coloca la énfasis en la temática gnoseológica: «No existeix un coneixement absolut i definitiu de la història.» (p.1) es la primera frase de su texto. Ya lo habíamos notado antes con la idea de memoria: hablamos de una narración necesariamente parcelar, incompleta, fracturada, tantas veces colmatada y colmada por elementos novelescos, ficcionales, románticos, pretendidamente heroicos, en suma, mitológicos. Así mismo, parece evidente que lo que es la historia implica una «dimensión pública», como apunta Joan, i.e., social, socializante, política e institucional, que, ya de entrada, parece raro poder considerarse en primer lugar desde el punto de vista sencillo del ‘conocimiento’ (véase la página 2). Historia es más bien ideología, a mi (me) aviso.
7. De Ricouer a Reyes Mate, la polémica persiste: «“La historia es un asunto del conocimiento, mientras que la memoria es una actitud moral”, afirma d’una manera taxativa Reyes Mate. La història, com a ciència, no deixa de ser una narració a través de la qual s’arxiven els processos del passat. El passat esdevé així quelcom mort, quelcom inert; l’historiador es limita a intentar esbrinar què va succeir en el passat i com va succeir, sense pretendre anar més enllà.» (p.2). Pero como Joan mejor nota: «Aquest discurs científic de la història se sembla massa al discurs històric dels vencedors; en el fons, no deixa de ser sinó una forma d’oblit en la mesura en què tot esdeveniment queda anivellat en un mateix discurs explicatiu; tot es redueix a un conglomerat de dades fins a tal punt que la lectura “objectiva” i “científica” acaba portant cap a la trivialització d’allò passat.» (p.2). Me parece asumidamente extraña, pues, la posición de vislumbrar la historia como algo ajeno a la creación de una mitología dirigida por los intereses del poder y concederle un mero estatuto epistémico.
8. Después viene, es verdad, la caracterización moral de la memoria (pp.2-3), no muy alejada del uso ejemplar que habíamos antes entrevisto en Todorov. Hablamos de lo mismo (?). O muy posiblemente, de algo cercano. No sé si la terminología de Reyes Mate es en este contexto más feliz, o más eficaz, que la tudoroviana. Apunto en la otra dirección, sobretodo por la forma inocente como Reyes Mate dibuja lo que entiende por historia. Es una conceptualización demasiado cerrada: Apenas la historia de puede entender únicamente como el discurso oficial sobre el pasado, sin otras consecuencias, igualmente la memoria no representa tan sólo el trabajo de arqueología de las víctimas y de las injusticias olvidadas. En esto caso, llegaríamos a aporías agudas: la memoria sería algo como una anti-historia, cuando la historia también está hecha de memorias; por otro lado, se torna inaguantable una visión meramente cognoscitiva de la historia y una perspectiva exclusivamente moral de la memoria: ambas, aunque aceptáramos la descripción reyes-matiana, serían a la vez, y constitutivamente, cognitivas, identitarias, ideológicas y axiológicas. Igualmente dubio, por lo tanto, el posicionamiento de Ricouer: «En relació al deure de memòria, Ricoeur aclareix que no es partidari ni de reduir la memòria a la història ni viceversa. Una i altra estan relacionades però no s’han de confondre ja que segueixen direccions diferents: la història no pretén jutjar sinó comprendre; mentre que per a la memòria el dolor i la indignació són úniques, l’historiador ha de treballar amb l’anàlisi crítica i la comparació. El deure de memòria introdueix el concepte de justícia i, com diu Ricoeur, és la justícia qui, extraient dels records traumàtics un valor exemplar, acaba convertint la memòria en un projecte orientat cap al futur.» (p.4). Una vez más, insistimos, nos parece mejor forjada la clasificación de Tudorov de los usos de la memoria.
9. Saltando un poco en cima el tema de justicia, a lo cual personalmente creo que Joan dedica demasiada extensión en su guión, aportamos a la cuestión más fundamental de la relación inquebrantable entre memoria e identidad: «La memòria pot interpretar-se com la dimensió temporal de la identitat, com la construcció d’un discurs narratiu a través del qual donem cohesió a la nostra vida. La memòria, tanmateix, esdevé un concepte carregat de paradoxes i de problemes (...)» (p.6). Como entes finitos y atormentados, no podemos poseer la presencia transparente del pasado. Nuestros recuerdos se recortan en la sombra del olvido, ese monstruo que acecha nuestra imperfección. Pero como entes temporales que somos, que sentimos el devenir de la vida y de las cosas, que nos sabemos mortales, que nos concebimos como teniendo un pasado e ilusiones de futuro, la memoria es trazo de lo que podemos reivindicar como identidad. La historia es un aparato de esta memoria, como la escritura, y más contemporáneamente, toda la cultura audiovisual salida de los esfuerzos de la técnica. Olvidar y recordar son dos acciones humanas primiciales, una contra-cara de la otra.
10. En este sentido, y ya para terminar, la memoria obviamente que se articula lingüísticamente – estamos ahora en la página 7 del documento de Joan – y que está implicada en la procesualidad del ser humano: «la humanitat no és inherent a la pròpia naturalesa humana sinó que és un procés, ens fem humans en la mesura que construïm el progrés no sobre la ruïna i la destrucció que l’àngel de la història deixa darrere seu sinó en la mesura que construïm el progrés sobre unes bases més humanes.» (p.7). Sugerente también la interpelación de la proximidad entre la memoria y la experiencia estética - «que intenta qüestionar-nos la realitat a través de la representació d’allò més recòndit i amagat» (p.7). A la memoria, la escribimos como una novela, como un ensayo, como un poema; la registramos como una película, una fotografía, un documento sonoro. La gravamos como una incisión, un relieve, una xilo o serigrafía. El arte es memoria, la memoria es vida, la vida es arte.
- Alexandre Nunes de Oliveira (28/02/05)
Hoy tenemos dos textos más, de Ivan y Joan, variaciones sobre el mismo nombre, hecho curioso. El tema general es la Historia y la Memoria, y aquí siguen nuestros comentarios, en mañana hostil temperada con chocolate caliente. Empezamos con Ivan.
1. Ivan empieza por destacar como «Tzvetan Todorov destaca la relación existente entre la memoria y los procesos de información. Los diferentes regímenes totalitarios del siglo XX llevaron a cabo una manipulación de la información que les permitió hacer una relectura particular del pasado. Dichos totalitarismos detectaron rápidamente que el hecho de establecer una “historia oficial” podía ser una herramienta muy útil para determinar una (y sólo una) memoria a partir de la cual controlar el entorno social.» Hay por lo tanto una estrecha relación entre la memoria, al menos en su sentido gregario y social, de un legado común, y la información. Para mí, que estudié y practiqué el periodismo, ‘información’ es casi inmediatamente sinónimo de ‘manipulación’. Y, evidentemente, sin que haya necesidad de llamar a la memoria los casos extremos de las dictaduras. Si la memoria, y la gestación de una ‘historia’, se difunden y cristalizan por la vehiculación de la información, que es siempre condicionada y seleccionada, entonces hay que admitir que la memoria (y la historia) fácilmente se moldea, fabrica, enforma, manipula. O al menos que la tentación de hacerlo es grande, por parte de quien tiene el poder, la ideología y el interés en hacerlo.
2. En seguida, considera Ivan que: «En la medida que almacenar todos los datos del pasado es imposible, nos vemos obligados a establecer un proceso selectivo, donde el verdadero problema no es tanto qué merece la pena recordar y qué olvidar (ya hemos dicho que son complementarios), sinó quién y cómo se lleva a cabo la selección de lo uno (lo que suprimimos) y lo otro (lo que conservamos).» (p.1) Esto significa que la memoria nunca puede ser total. Como facultad humana, es finita, lagunar, moridera. Pero entro en desacuerdo con Ivan que sea ‘selectiva’ – al menos conscientemente, voluntaria-mente selectiva, que es para mí lo que el término invoca. A mi ver, la memoria, individualmente hablando, se pauta mucho más por la arbitrariedad y la contingencia: hay cosas que queremos recordar y no conseguimos; hay otras que deseamos olvidar y no logramos. La memoria no depende de la voluntad, por lo tanto, a mi estimar, no es ‘selectiva’, mas bien caprichosa, voluble, aleatoria, además de fragmentaria y perdible.
3. Sin embargo, pienso bien enfocadas las palabras de Todorov que de nuevo hace Ivan citar: “ninguna institución superior; dentro del Estado, debería poder decir: usted no tiene derecho a buscar por sí mismo la verdad de los hechos, aquellos que no aceptan la versión oficial del pasado serán castigados. Es algo sustancial de la propia definición de la vida en democracia: los individuos y los grupos tienen el derecho a saber, y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no corresponde al poder central prohibírselo o permitírselo” (16-17). Al igual de lo que postulan determinados comunicólogos (como Ignacio Ramonet y otros) sobre la extrema necesidad que es, en nuestro tiempo, que sea el individuo / ciudadano a buscar por sus propios medios, y activamente, la información, si en gran medida depende de ésta la memoria y lo que es la narración histórica, entonces es evidente que también el individuo se ha de comprometer con su búsqueda personal de lo que es histórico y mnemónico. Eso hace parte de la esencia democrática (al menos en teoría), pero sobretodo es inherente al individuo dotado de razón: el sentido crítico, la autonomía de su pensar, la dimensión ética y política de su praxis. Por eso doy mi acuerdo a Ivan cuando concluye: No se trata de decidir de una vez por todas qué es aquello que va a constituir nuestra memoria, sino de poner el acento en la decisión como proceso dinámico, como proceso deliberativo mediante el cual nos realizamos constantemente ‘en’ y a ‘través’ del otro.» (estamos todavía en la p.1 se su escrito) y que «Todorov nos viene a decir que todos tenemos derecho a la memoria.» (p.2)
4. Regresando al tema de cómo se manipula, hasta puntos execrables, la información, encontramos más adelante en el texto de Ivan la siguiente reflexión: «teniendo en cuenta la relación mencionada anteriormente entre memoria e información, podemos plantearnos hasta qué punto nuestra sociedad actual establece ciertos criterios homogéneos de selección, lejos del dinamismo que supone toda acción deliberativa. Cabe pensar por ejemplo cómo los medios de comunicación, a través de una especie de “retórica del espectáculo”, sustituyendo la “racionalidad comunicativa” (basada en la idea de que toda comunicación transmite ciertos valores interpretados y debatidos por los interlocutores) por una “racionalidad publicitaria” (donde el espacio para la reflexión es mínimo, en la medida que todo se presenta en términos de ‘producto’ y no de ‘proceso’). La sobreabundancia de información a la que antes nos referíamos, sólo es soportable si va acompañada de una gran capacidad para olvidar, pero el problema no estaba en olvidar o recordar, sinó en los criterios que empleamos para hacer una cosa u otra. La cuestión que planteo (y que si os parece, podemos tratar el lunes que viene), es si la sociedad actual posee mecanismos muy sutiles, pero a su vez sumamente eficaces, para establecer, lejos de un espacio público de deliberación, qué es aquello que va a formar parte de la memoria.» La cita es larga, pero la encuentro proficua; y sobretodo encuentro en ella la punta del iceberg de la respuesta a la pregunta que plantea: la sobreabundancia de información. Esta está hecha para manejar el olvido. Cuando les pregunto porque quieren encender el televisor, a menudo me dicen: para ver el telediario, para saber las noticias. Días después, si les pregunto, cuales eran las noticias de esa noche, no se acuerdan. Es que es imposible retener el exceso de supuesta ‘información’ disparado maquinalmente sobre el receptor en treinta minutos, tantas veces sin criterios que sean la (alegada) espectacularidad, el impacto emocional totalmente inventado o hiperbolizado, la nulidad de relevancia y de sentido crítico de lo que se presenta. La información se torna así un vicio – para el receptor. Nada más normal, si está ‘viciada’ por el emisor...
Entonces, la manera que hay de establecer una memoria en la dispersión deliberada de contenidos (con propósito amnesista) no es otra que la repetición. Si se habla del Barça cada día durante una hora, es largamente más creíble que el receptor fije el mensaje que cuando se habla de inflación en treinta segundos o que se comente la constitución europea de forma intencionalmente ambigua y vaga. La sobrecarga de información está hecha para producir el olvido. La iteración, día tras día, del mismo tema o asunto, significa que eso ya no es un fait divers, sino una orden, algo que hay que recordar, según han decidido quienes comandan. La reiteración hace la memoria.
5. La última cuestión a destacar de la memoria que presentó Ivan, es la categorización de dos tipos de uso del recuerdo: «Todorov distingue dos formas de reminiscencia, según si recuperamos el pasado de manera literal o de manera ejemplar. En el primer caso “subrayo las causas y las consecuencias de este acto, descubro todas las personas que pueden estar vinculadas al autor inicial de mi sufrimiento y los acoso a su vez, estableciendo además una continuidad entre el ser que fui y el que soy ahora” (30). Mientras que si recupero el pasado de manera ejemplar, “sin negar la singularidad del suceso (…) me sirvo de él como de un modelo para comprender situaciones nuevas, con agentes diferentes” (31). Si bien la literalidad de la memoria es “portadora de riesgos”, la segunda modalidad de reminiscencia es “potencialmente liberadora”.» (p.3) Es una distinción que alberga su pertinencia, entre una memoria que es sobretodo identitaria - pero que puede atraparnos a la nostalgia del pasado perdido, de la grandeza épica de un pueblo, en fin, a la histeria o la alineación colectiva - y otra más actuante, edificante, pedagógica, mas personalizada también, en que el pasado se usa no sólo como elemento de añoranza, sino como punto de partida para un cambio, para una postura de vida, para las actitudes que se crean necesarias. Estoy de acuerdo que se puede hacer este uso ético de la memoria, como un elemento más del proceso dinámico de decisión de que se hablaba antes.
6. Pasamos entonces a leer Joan, en temas similares. De partida, Joan coloca la énfasis en la temática gnoseológica: «No existeix un coneixement absolut i definitiu de la història.» (p.1) es la primera frase de su texto. Ya lo habíamos notado antes con la idea de memoria: hablamos de una narración necesariamente parcelar, incompleta, fracturada, tantas veces colmatada y colmada por elementos novelescos, ficcionales, románticos, pretendidamente heroicos, en suma, mitológicos. Así mismo, parece evidente que lo que es la historia implica una «dimensión pública», como apunta Joan, i.e., social, socializante, política e institucional, que, ya de entrada, parece raro poder considerarse en primer lugar desde el punto de vista sencillo del ‘conocimiento’ (véase la página 2). Historia es más bien ideología, a mi (me) aviso.
7. De Ricouer a Reyes Mate, la polémica persiste: «“La historia es un asunto del conocimiento, mientras que la memoria es una actitud moral”, afirma d’una manera taxativa Reyes Mate. La història, com a ciència, no deixa de ser una narració a través de la qual s’arxiven els processos del passat. El passat esdevé així quelcom mort, quelcom inert; l’historiador es limita a intentar esbrinar què va succeir en el passat i com va succeir, sense pretendre anar més enllà.» (p.2). Pero como Joan mejor nota: «Aquest discurs científic de la història se sembla massa al discurs històric dels vencedors; en el fons, no deixa de ser sinó una forma d’oblit en la mesura en què tot esdeveniment queda anivellat en un mateix discurs explicatiu; tot es redueix a un conglomerat de dades fins a tal punt que la lectura “objectiva” i “científica” acaba portant cap a la trivialització d’allò passat.» (p.2). Me parece asumidamente extraña, pues, la posición de vislumbrar la historia como algo ajeno a la creación de una mitología dirigida por los intereses del poder y concederle un mero estatuto epistémico.
8. Después viene, es verdad, la caracterización moral de la memoria (pp.2-3), no muy alejada del uso ejemplar que habíamos antes entrevisto en Todorov. Hablamos de lo mismo (?). O muy posiblemente, de algo cercano. No sé si la terminología de Reyes Mate es en este contexto más feliz, o más eficaz, que la tudoroviana. Apunto en la otra dirección, sobretodo por la forma inocente como Reyes Mate dibuja lo que entiende por historia. Es una conceptualización demasiado cerrada: Apenas la historia de puede entender únicamente como el discurso oficial sobre el pasado, sin otras consecuencias, igualmente la memoria no representa tan sólo el trabajo de arqueología de las víctimas y de las injusticias olvidadas. En esto caso, llegaríamos a aporías agudas: la memoria sería algo como una anti-historia, cuando la historia también está hecha de memorias; por otro lado, se torna inaguantable una visión meramente cognoscitiva de la historia y una perspectiva exclusivamente moral de la memoria: ambas, aunque aceptáramos la descripción reyes-matiana, serían a la vez, y constitutivamente, cognitivas, identitarias, ideológicas y axiológicas. Igualmente dubio, por lo tanto, el posicionamiento de Ricouer: «En relació al deure de memòria, Ricoeur aclareix que no es partidari ni de reduir la memòria a la història ni viceversa. Una i altra estan relacionades però no s’han de confondre ja que segueixen direccions diferents: la història no pretén jutjar sinó comprendre; mentre que per a la memòria el dolor i la indignació són úniques, l’historiador ha de treballar amb l’anàlisi crítica i la comparació. El deure de memòria introdueix el concepte de justícia i, com diu Ricoeur, és la justícia qui, extraient dels records traumàtics un valor exemplar, acaba convertint la memòria en un projecte orientat cap al futur.» (p.4). Una vez más, insistimos, nos parece mejor forjada la clasificación de Tudorov de los usos de la memoria.
9. Saltando un poco en cima el tema de justicia, a lo cual personalmente creo que Joan dedica demasiada extensión en su guión, aportamos a la cuestión más fundamental de la relación inquebrantable entre memoria e identidad: «La memòria pot interpretar-se com la dimensió temporal de la identitat, com la construcció d’un discurs narratiu a través del qual donem cohesió a la nostra vida. La memòria, tanmateix, esdevé un concepte carregat de paradoxes i de problemes (...)» (p.6). Como entes finitos y atormentados, no podemos poseer la presencia transparente del pasado. Nuestros recuerdos se recortan en la sombra del olvido, ese monstruo que acecha nuestra imperfección. Pero como entes temporales que somos, que sentimos el devenir de la vida y de las cosas, que nos sabemos mortales, que nos concebimos como teniendo un pasado e ilusiones de futuro, la memoria es trazo de lo que podemos reivindicar como identidad. La historia es un aparato de esta memoria, como la escritura, y más contemporáneamente, toda la cultura audiovisual salida de los esfuerzos de la técnica. Olvidar y recordar son dos acciones humanas primiciales, una contra-cara de la otra.
10. En este sentido, y ya para terminar, la memoria obviamente que se articula lingüísticamente – estamos ahora en la página 7 del documento de Joan – y que está implicada en la procesualidad del ser humano: «la humanitat no és inherent a la pròpia naturalesa humana sinó que és un procés, ens fem humans en la mesura que construïm el progrés no sobre la ruïna i la destrucció que l’àngel de la història deixa darrere seu sinó en la mesura que construïm el progrés sobre unes bases més humanes.» (p.7). Sugerente también la interpelación de la proximidad entre la memoria y la experiencia estética - «que intenta qüestionar-nos la realitat a través de la representació d’allò més recòndit i amagat» (p.7). A la memoria, la escribimos como una novela, como un ensayo, como un poema; la registramos como una película, una fotografía, un documento sonoro. La gravamos como una incisión, un relieve, una xilo o serigrafía. El arte es memoria, la memoria es vida, la vida es arte.
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