11deJulho

tendências, souvenirs, beijos esparcidos aos precipícios dessa coisa rugosa que muitos chamam amor, solilóquios, colóquios, provocações e invectivas, enfim, de tudo um pouco, daquilo que sou

Friday, December 14, 2007

Arte, Tierra y Mundo (II)

I – La Crítica a la Metafísica y el encaminamiento

hacia el Arte y la Poesía

"La única medida del pensamiento proviene de la cosa misma que ha de pensar."

- Martin Heidegger[1]

La tradición filosófica de Occidente, todavía existente en nuestros días, se ha instituido, en el curso de su milenaria historia, como Metafísica. Dicho – y escrito – de otro modo, la labor del pensamiento, como fue trillado desde Platón y Aristóteles, se ha establecido – y a pesar de la multitud de tendencias, concepciones y doctrinas que sus siglos guardan a nuestro cuidado – como interpretación del ente. Formulando la cuestión todavía de otra manera, y siguiendo la orientación que aquí tomamos de Martin Heidegger, con quien buscamos dialogar en este ensayo, la Metafísica europea ha reducido históricamente el Ser al ser de lo ente, obliterando, por lo tanto, la diferencia ontológica esencial[2], por un lado, y, por otro, la cuestión por la verdad del ser, que en ella no se coloca ni se conoce.

Este cuestionar fundamental ha sido, pues, olvidado, desde luego en su imperiosidad, pero principalmente en su esencia de a-lhqeia[3], o sea, des-ocultación o des-velamiento de un velado primordial - en la medida que lo lhqh, que el 'a' privativo niega, sea lo 'latente' o olvidado, esa oscuridad primacial del Ser al cual le gusta esconderse, como nos advirtió Heráclito[4]. Hablamos de una no-verdad que no está opuesta a la verdad, que no es su reverso en el sentido de la falsedad, sino la ocultación o el encubrimiento originario, coesencial a la propia verdad[5]. Ésta, tomada como a-lhqeia, no es sino proceso infinito de advenimiento, por medio del cual vienen des-ocultados y re-velados los entes, múltiplemente desdoblables en el tiempo, sin que el Ser, del cual provienen, alguna vez se reifique o agote.

La metafísica, hoy aún preponderante, decíamos, se olvidó, pues, de la veracidad ontológica, ha perdido de vista la tensión esencial entre la ocultación y el desvelar del Ser, epicentro de su misterio. Al revés, ha restringido la verdad al empobrecido estatuto de corrección gnoseológica, a la simple adecuación entre intelecto y realidad[6]. Entendida como Historia del Ser – "esta historia [que] coincide con el destino que ha guiado hasta ahora el pensamiento occidental sobre el ser de lo ente"[7] - la Metafísica reflexiona así, y destacadamente, la historia del olvido (lhqh) del ser[8]. Además, la filosofía de Occidente[9], la que convirtió el ser en constitución de lo ente, olvidó similarmente, desde sus primordios, la relación decisiva del hombre al ser, relación temporal de cuestionamiento, comprensión y participación en el desvelamiento de su (no-)verdad encubierta[10].

Allende todas las artificiosas dicotomías que ha instaurado[11], el avance de la filosofía clásica disipó idénticamente de la tecnh[12] humana su ínclita dimensión de verdad: La a-lhqeia es juego de desvelar lo velado, desvelar que es traer el ser a la presencia, y del cual también hacen parte la técnica, y toda la acción humana histórica en cuanto ser-ahí (Da-sein), entendidas, pues, como modalidades de ese desvelamiento veraz, de ese pro-ducir, traer o con-ducir a la presencia, o también acontecer del ser. O sea, según el filósofo de Freiburg, la técnica sería originariamente una instancia de poihsis, o poiética creativa, alzada en armonía con el modo propio de desocultación del ser. Guiada por la falsa luz de la metafísica, la crecida histórico-civilizacional de Occidente apagó de la tecnh esa constitutiva dimensión heurística, separando ineluctablemente arte y técnica de su connubio arcano.

En este prolongado movimiento histórico, a su turno, los entes y las cosas, se han visto impedidos de ad-venir libremente al encuentro en los claros del ser, libertad esa que es el cerne, el secreto, de la autentica alhqeia[13]. La filosofía clásica los transformó en meros ob-jetos[14], pasibles de ser representados por una subjetividad o conciencia plenamente autónoma y segura de si misma, así como manipulables por la operatividad humana, que los torna en materias primas y mercancías, de acuerdo con una concepción técnica instrumental y antropocéntrica, y que visa ejercer sobre la naturaleza un dominio utilitario y eficiente. Este es el fulcro de nuestra destinación histórica hodierna – «el ser que determina la Edad Moderna en tanto que com-posición [Ge-stell] proviene del destino occidental del ser»[15] - y cuyas raíces reposan pues en la medula más entrañada de la metafísica, por mucho que permanezca insospechado e incluso inverosímil que sus categorías y su disposición[16] conceptual condicionen y moldeen el progreso histórico.

El olvido es, por lo tanto, profundo, y en nada inconsecuente, una vez que constituye la fuente y el eje de la actual hegemonía de la técnica – la cual, descaracterizada en su esencialidad, produce en serie, de forma mecánica y industrial, sin cuidado estético o artesanal – tal como de todos los peligros que acarrea - la violentación de la naturaleza y el desenraizamiento de lo humano, que en sus momentos más pesimistas Heidegger ve acercarse a la irreversibilidad[17]. La crisis del mundo contemporáneo, era de desvirtuación e indigencia, está fundada, consecuentemente, en este ocaso del pensamiento metafísico europeo, en el largo errar de su alejamiento respecto a la verdad – y a la autenticidad – ontológica[18].

Confrontado con este panorama, Heidegger ha pretendido naturalmente desmarcarse y distanciarse del paradigma metafísico vigente – el predominio de lo ente y la desmemoria del ser como tal, convertido en ser de lo ente – e igualmente denunciar su correlativo terror tecnológico, opresor y descuartizador de la naturaleza y desenraizador de lo humano, que vivimos y padecemos en la actualidad. El autor de Sein und Zeit buscó por tanto desencadenar un giro en el pensar, que recondujera lo humano en la perdida dirección de la verdad, al reencuentro con la iluminadora claridad del ser[19], orientando su filosofía hacia una crítica radical de la metafísica tradicional. Reconoció, sin embargo, que un novel pensamiento arriba a veces a dificultades e impasses, dado que opera necesariamente a partir de los cuadros conceptuales de la implantada tradición filosófica contra la cual se quiere erguir. Una tal rotura no puede por consiguiente realizarse prontamente, de golpe, en la inmediatez que reclama su anhelo. Tal afán redunda, de hecho, en una «ingenuidad de novicio»[20] - así ha reconocido posteriormente el filósofo de la Selva Negra, que lo era, el excesivo arrojo destructivo de su primera empresa[21], por lo demás, no plausible, visto que nunca podemos prescindir totalmente de la nomenclatura y de las taxonomías preexistentes, bajo pena de quedar desapoyados en el vacío, desposeídos de cualquier lenguaje, en el precipicio del silencio, de la locura, o incluso del suicidio[22].

Son estos los óbices que se prefiguran a la preparación de un pensar desconstructivo y que se propone como novedoso y rompedor. La única vía posible que se abre a su hacerse y desarrollarse es el propio debate con la tradición, a partir de ella y de sus programas y conceptos[23], no obstante a que esa discusión pueda aquilatarse como un genuino cuestionar[24], renovador y audaz, que aporte a nuevas perspectivas: por ejemplo, a través de la descomposición y apropiación filológica de las palabras, buscando aclarar sus transformaciones e implicaciones tanto en el terreno filosófico como a nivel cultural más amplio, jugando con las etimologías de los términos y redescubriendo semánticas olvidadas con el vórtice de los tiempos. Así se aspira a revertir y reverter los usos convencionales del lenguaje, substrayéndose a la vez a las dicotomías instituidas por la metafísica. Así se abre paso al ansiado giro del pensar, que se debe hacer a la medida y cadencia de su mismo brotar[25].

Por otra parte, si estamos restringidos a pensar sobre lo que ya fue pensado – a re-pensar, por lo tanto -, se impone igualmente la deriva o el «desvío de un retorno al comienzo»[26], un esfuerzo de recuperación arqueológica de los orígenes más fondos del pensamiento, que en el asombro ante lo real se reconoció como filosófico, o sea, como indagación y demanda por el ser. Antes, pues, del olvido a que llama metafísica.

Heidegger, por consiguiente, separándose de las corrientes históricamente dominantes, ha procurado un vuelco hacia las raíces auténticas del pensamiento, encontrando capital inspiración en los fragmentos de los primeros filósofos de la Hélade[27], mayormente Heráclito y Parménides, en cuyos logoi medita y halla el prenuncio de una experiencia más verista del ser. Este «retorno a las bases históricas del pensamiento, [para] repensar las cuestiones todavía no cuestionadas desde la filosofía griega»[28] permite, en efecto, rehabilitar la reflexión sobre los problemas que han sido colocados por estos pensadores primiciales, y que posteriormente la metafísica obnubiló.

Adquiere aquí particular relevancia el motivo de la escucha. En realidad, para hacer germinar y deflagrar este neófito pensar, ontó-logo, ya que me-dita el ser, urge recusar los espacios tradicionales de la representación, hurtarse a las dicotomías confortables de la filosofía instalada y situarse en el eco de los filósofos ante-socráticos, estar receptivo y atento a las palabras que nos porta. Nuestro autor avanzó, sin embargo, un paso más, exaltando el escuchar como método – lo mismo es decir: camino, sendero -, invocando y preescrutando el silencio de la tierra. Este silencio ya no es la estupefacción o la parálisis discursiva que insinuamos en otro parágrafo, sino que transcurre más cercano al asombro o a la sorpresa ante la realidad que ha fundado la filosofía. Se mueve, pues, de una actitud fundamental e inaugural para el novel pensamiento, expresión de una humildad y serenidad interior, la Gelassenheit[29], entendida también como el escuchar silencioso que precede todo y cualquier decir.

Porque la verdad es que el Ser nos interpela continuadamente. Cabe entonces des-cubrir, por la escucha silente, la cifra, el murmullo, la secreta palabra del ser y de su verdad, palabra y verdad que una vez y siempre oída asumiremos bajo nuestra guarida y protección. Lo humano, tornado en filósofo, se vuelve pues el guardador, el pastor del ser – en la sencilla pero fonda expresión de la Carta sobre el Humanismo[30]– velador y desvelador de una verdad que el ser nos incumbe de comprender y abrigar, en el traer y devenir a la presencia de sus innumerables e inagotables fisonomías y virtualidades.

De este modo, el pensamiento de Heidegger se fue consolidando, en su indefectible disputa (Sache) por el ser y por la palabra, e idénticamente su lenguaje registró señalables cambios terminológicos en faz de la filosofía tradicional, ganando contornos visiblemente metafóricos y poéticos[31]. Así se ha consumado, en los años que se siguieron a Ser y Tiempo y a su abdicación, la Kehre[32], que guiaron el profesor de Freiburg a reflexionar sobre el predominio contemporáneo de la técnica y la posibilidad de habitar poéticamente la tierra. Por lo tanto, el Arte, y en particular la Poesía, cotizada como primera y máxima de las actividades estéticas, aparece como nuevo y decisivo motivo de la escucha. Es que la poesía, si así puede decirse, ha permanecido pura, junto al inquebrantable corazón de la verdad. Ella consiste, pues, del natural refuerzo al pensar que se desea onto-lógico, que visa el ser, pero que sobre todo piensa y dice el ser, ya que éste hace apelo a la palabra y lo humano encuentra en ésta la expresión para inquirir y demandar. Serán, por lo tanto, la filosofía y la poesía, involucradas además en proficuo diálogo, que granjean un estatuto ontológico, en su meditar y hablar del ser, al cual asisten – en el doble sentido, pasivo, de quien mira y contempla, y activo, de quien colabora empeñadamente –, en la anunciación y a la maravilla de la verdad del ser.

A través de su fecunda y enriquecedora relación con la poética, Heidegger se aproxima a escritores líricos de la talla de Rainer Maria Rilke, Stephan George ou Georg Trakl, siendo, no obstante, que el plectro fundamental viene prestado por los versos admirables de Friedrich Hölderlin: «Mi pensamiento está en una ineludible relación con la poesía de Hölderlin»[33], confidencia el filósofo. Al meditar los poemas hölderlianos, Heidegger acoge algunos de sus temas e incitaciones en los nuevos frentes de reflexión que va abriendo, al mismo tiempo que se detiene para discurrir sobre el propio estatuto del arte y de la poesía[34].

Los mediados de los años 30, cruciales para el giro o viraje (Kehre), se pautan pues por la fascinación de Heidegger por el enigma que preside y atraviesa el gran arte, atracción que se ha repercutido y desarrollado en el título El Origen de la Obra de Arte, que en los venideros capítulos consultaremos y comentaremos con más detalle, aunque sin perder jamás de vista otros textos del filósofo germánico[35]. Nuestra intención es vislumbrar en qué moldes y contornos Heidegger piensa el arte como poesía, como en ellas eclosiona la verdad, como en ellas deflagran la tierra y el mundo.


[1] - In M. HEIDEGGER, «Entrevista del Spiegel – Conversación de Spiegel con M. Heidegger», in Escritos sobre la Universidad Alemana, Trad. Cast. de Ramón Rodríguez, Ed. Tecnos, Madrid, 1989. p. 81. De aquí en delante, se abrevia el título del texto por «Spiegel».

[2] - Precisamente, la diferencia entre el Ser y los entes.

[3] - Por motivos de orden técnico, que se prenden con las configuraciones del ordenador, se ha vuelto difícil acentuar de la forma más correcta las palabras griegas, por lo cual optamos sencillamente por dejarlas sin acentuación.

[4] - Vide HERÁCLITO, Fragmentos, 123. V. IDEM, Ibidem, 84a.

[5] - "La verdad es en su esencia no-verdad. Decimos esto así para mostrar de un modo tajante, y tal vez algo chocante, que la abstención bajo el modo del encubrimiento forma parte del desocultamiento como claro. Por el contrario, el enunciado que reza: la esencia de la verdad es la no-verdad, no quiere decir que la verdad sea en el fondo falsedad. Asimismo tampoco quiere decir que la verdad nunca sea ella misma, sino que, en una representación dialéctica, siempre es también su contrario." - In M. HEIDEGGER, OOA, 43.

[6] - Es un tema profundizado por Heidegger en la obra que trata De la Esencia de la Verdad, aunque también le haya merecido atención en muchos otros textos.

[7] - In M. HEIDEGGER, OOA, 21.

[8] - Una onto-leteia, podríamos improvisar.

[9] - También éste un término negativo: el ocaso, la caída, la muerte.

[10] - «el "no" de la inicial no-esencia de la verdad en cuanto no-verdad remite al ámbito todavía no experimentado de la verdad del ser (y no sólo de lo ente)» ( - M. HEIDEGGER, De la Esencia de la Verdad, in M. HEIDEGGER, Hitos, Versión Cast. de Helena Cortés y Arturo Leyte, Ed. Alianza, Madrid, 2000, (pp. 151-171), p. 165. La edición coteja las páginas de la edición original, cuya numeración adaptamos. En el presente caso, se trata de la p.194.

[11] - Desde la cisión crucial de matriz platónica entre lo sensible y lo inteligible, pasando por las oposiciones entre sujeto y objeto, teoría y práctica, cuerpo y alma, etc.

[12] - remontando a la añeja concepción griega y su sincretismo entre técnica y arte.

[13] - «La libertad consuma y lleva a cabo la esencia de la verdad en el sentido del desocultamiento de lo ente» ( - in M. HEIDEGGER, De la Esencia de la Verdad, 190) ; lo mismo es decir: «la verdad es en su esencia libertad» (IDEM, Ibidem, 192). Cf. todo el paso, puntos 3, 4 y 5.

[14] - O sea, aquello que está opuesto o en contra del sujeto.

[15] - In M. HEIDEGGER, OOA, «Apéndice», p. 61 de la edición española citada.

[16] - Ge-stell, podríamos decir, también aquí.

[17] - De la cual es señal la célebre aserción «Sólo un Dios puede aún salvarnos», in M. HEIDEGGER, «Spiegel», Ed. Cit., p. 71.

[18] - ...Como si existiera una clausura mutua y cómplice entre metafísica y inautenticidad.

[19] - «Debemos volvernos hacia lo ente, pensar en él mismo a partir de su propio ser, pero al mismo tiempo y gracias a eso, dejarlo reposar en su esencia», in M. HEIDEGGER, OOA, 20.

[20] - Cf. M. HEIDEGGER, «Séminaire de Zahringen», in Questions IV, Ed. Gallimard, Paris, 1976, (pp. 333-339), p. 334.

[21] - A que se suele llamar precisamente I Heidegger.

[22] - Acordémonos, para citar tres nombres, de Beckett, Nietzsche, Artaud.

[23] - «Para una transformación del pensamiento necesitamos apoyarnos en la tradición europea y reapropiárnosla» - In M. HEIDEGGER, «Spiegel», Ed. Cit., p. 79.

[24] - Aquí también enfatizando las dos acepciones de la palabra: poner cuestiones pero también poner en cuestión.

[25] - Este giro, conocido como el del II Heidegger, se reflejó también bajo el punto de vista estilístico, con el abandono de las estructuras programáticas de Ser y Tiempo, en detrimento de textos más pequeños, ensayos y conferencias. El autor resume su justificación por el carácter duro de la tarea misma: «La magnitud de lo por pensar es demasiado grande. Quizá podamos esforzarnos en construir la pasarela, angosta y que no lleva muy lejos, de un tránsito», in M. HEIDEGGER, «Spiegel», Ed. Cit., p. 83.

[26] - Cf. M. HEIDEGGER, «Séminaire de Zahringen», Ed. Cit., p.333.

[27] - Aún pré-metafísicos, y justamente llamados los físicos.

[28] - In M. HEIDEGGER, «Spiegel», Ed. Cit., p. 75.

[29] - En la versión castellana que consultamos de De la Esencia de la Verdad, la nota 2a transcribe: «ver-dad, -dad: la clara (esclarecedora), la que alumbra» ( - in M. HEIDEGGER, De la Esencia de la Verdad , Ed. Cit., 178 [p.152]). La traducción portuguesa, empero, nos sugiere que Heidegger habrá resaltado la terminación común entre Gelassen-heit y War-heit (verdad). En efecto, de acuerdo con esta traslación, el filósofo alemán asocia heit a die Heitere, que correspondería, según el traductor luso, a «o sereno (o que dá serenidade), o que ilumina», in HEIDEGGER, Sobre a Essência da Verdade (Edição Bilingüe), Trad. Port. de Carlos Morujão, Porto Editora, Porto, 1995, pp 16-17 (nota b). Si podemos tomar por válida esta pista, intuiremos que la serenidad y la luz del claro componen, desde una base lingüísticamente justificada, la clave de acceso a la verdad, ella misma ya como serenidad e iluminación. Nuestro limitado dominio del alemán, sin embargo, no nos permite juzgar la legitimidad de tal pretensión, por lo cual transcribimos el texto original, para que distinga el lector más avisado: «War-heit, -heit: die Heitere (das Heiternde), das Lichtende

[30] - «[...] lo que tiene que hacer el hombre en cuanto ex-sistente es guardar la verdad del ser. El hombre es el pastor del ser» (in M. HEIDEGGER, Carta Sobre el "Humanismo", in IDEM, Hitos, Versión Cast. de Helena Cortés y Arturo Leyte, Ed. Alianza, Madrid, 2000, (pp. 259-297), p. 272. La edición coteja las páginas de la edición original, cuya numeración adaptamos. En el presente caso, se trata de la p. 331).

[31] - Véase, por ejemplo, el texto sobre La Cosa, un caso notorio.

[32] - O, como ya vimos, el giro, una inflexión de tal manera significativa que a partir de ella se estipuló nombrar y cotejar un II Heidegger.

[33] - In M. HEIDEGGER, «Spiegel», Ed. Cit., p. 78.

[34] - Caso flagrante es la conferencia de 1936, Hölderlin y la Esencia de la Poesía, a que aludiremos a menudo más adelante, y que está, en todo caso, cronológicamente cercana a El Origen de la Obra de Arte (1935-36).

[35] - Y recurriendo puntualmente, además, a otros que con él han pensado también.

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