11deJulho

tendências, souvenirs, beijos esparcidos aos precipícios dessa coisa rugosa que muitos chamam amor, solilóquios, colóquios, provocações e invectivas, enfim, de tudo um pouco, daquilo que sou

Friday, December 14, 2007

Arte, Tierra y Mundo (IV)

III – La primordialidad del lenguaje y la esencia po(i)ética del Arte

«El ser necesita del hombre [...] para su manifestación, salvaguardia y configuración»

- Martin Heidegger[1]

Tomamos ahora la vía de lo que anunciamos como segundo punto de nuestro trascurso interpretativo, a saber, el carácter inminentemente, y por cierto eminentemente, poético de todas las manifestaciones estéticas. Avistemos la huella: «Si todo arte es, en esencia, poema, de ahí se seguirá que la arquitectura, la escultura, la música, deben ser atribuidas a la poesía. Ésta parece una suposición completamente arbitraria. Y lo es, mientras sigamos opinando que las citadas artes son variantes del arte del lenguaje, si es que podemos bautizar la poesía con este título que se presta a ser malentendido. Pero la poesía es sólo uno de los modos que adopta el proyecto esclarecedor de la verdad, esto es, del poetizar en sentido amplio. Con todo, la obra del lenguaje, el poema en sentido estricto, ocupa un lugar privilegiado dentro del conjunto de las artes»[2].

Que toda la constitución del arte sea poética, ya lo vimos en parte, si asumimos que lo poético está involucrado con la poiesiV. Esto es decir que el arte es poiético, que repercute en moldes humanos la poiética del ser, ya que, semejándose a esta, desentraña en la verdad nuevos entes y cosas, los trae al claro de la existencia. Así, posiblemente y por ventura, la poesía se pueda referir como la forma privilegiada y paradigmática de toda la acción humana, artística y/o técnica, entendida de modo general como poiesiV, dado que se consubstancia a si misma en cuanto poiética y verdadera en el acto desvelador. La poesía instituye una verdad autónoma, singular, que no remite ni depende de ninguna otra. Se funda a si propia como desveladora en el acto en que en (o a) si misma se desvela, produce verdad en el momento en que viene producida. Sólo accedemos a saber lo que ella nos comunica, siendo que sus significaciones están contenidas en ella misma, sin atestiguar o reenviar para cualquier instancia de alteridad.

Sin duda, hay que aclarar mejor esta perspectiva. Pero Heidegger nos convence de que «para ver eso sólo es necesario comprender correctamente el concepto de lenguaje»[3]. Realmente, la énfasis en la poesía como expresión estética primigenia no puede disociarse del hecho de que sea el arte de la palabra o del lenguaje, que poseen para el pensador de la Brisgovia un estatuto inalienablemente fundador o inaugural. Si, en efecto, el ser con-voca el humano para ser su testigo y su intérprete, sea en el sentido actuante sea en el hermenéutico, conforme vislumbramos antes, entonces, el eje, el vínculo que permite primordialmente tal relación reside en el lenguaje – lo cual se abre a los humanos como don, dádiva del ser, consagrándose como péndulo de mediación y relación entre ambos: el ser apela al humano, éste contesta, en reciprocidad, cuestionando por el sentido del ser, y en com-prometimiento al apelo originario. Interpretar el ser es actuar en la consecución de su verdad en perpetuo desencubrimiento. Tal es la misión de lo humano, para la cual su instrumento de descubierta es el lenguaje.

Naturalmente, a instrumento le otorgamos la cursiva. No se puede denegar que el lenguaje se instrumentaliza, se trivializa, se torna común, o sea, medio de comunicación entre los humanos en su vivencia colectiva. El peligro está en olvidar que el lenguaje es más esencial, como ha hecho la metafísica, reduciéndolo al mero estatuto de órganon, de simples vehículo de transmisión de la racionalidad plena y autosuficiente. Se ha perdido así de vista, históricamente, la relación fundamental de lo humano al ser a través de la palabra, obliterando esa relación continua y veraz, fundadora y constitutiva.

Así nos comenta la célebre Carta sobre el Humanismo, que el lenguaje dispone de función y alcance onto-lógicos, pues se enseña como la morada del ser, que el humano también habita: «El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre»[4]. Los humanos ex-sisten pues como vecinos del propio ser, cohabitando con él en el con-dominio del lenguaje. Éste, se cumple como donación, idéntica y paralela a la de la existencia que el Ser sostiene, y es además el cerne, la más honda condición de posibilidad de todo pensar hominal, donde se «consuma la relación del ser con la esencia del hombre»[5]. Efectivamente, el pensar humano se debe destinar al ser, como ofrenda, completando la circularidad del lenguaje y de su dádiva – ya que es el ser que se nos la concede y confía, como prueba y encrucijada de desciframiento de su verdad procesual y de prosecución de su desvendamiento inconcluso y siempre abierto.

Ende, la palabra es también desveladora, también obra y produce verdad. Más allá, por su peso ontológico, el lenguaje funda y tributa la verdad: «El lenguaje no es sólo ni en primer lugar una expresión verbal y escrita de lo que ha de ser comunicado. El lenguaje no se limita a conducir hacia delante en palabras y frases lo revelado y lo oculto, eso que se ha querido decir: el lenguaje es el primero que consigue llevar a lo abierto a lo ente en tanto que ente. En donde no está presente ningún lenguaje [...] tampoco existe ninguna apertura de lo ente [...]. [§] En la medida en que el lenguaje nombra por primera vez a lo ente, es este nombrar el que hace acceder a lo ente a la palabra y a la manifestación. Este nombrar nombra a lo ente a su ser a partir del ser.[6]»

Este enfoque es corroborado por otros textos del autor, desde luego por las aclaraciones a las estrofas de Hölderlin – a quien considera además el poeta del poeta, en la importante mesura que su poesía «está sustentada por el destino y la determinación poética de poetizar propiamente la esencia de la poesía»[7].

En unos de los lemas escogidos por Heidegger, Hölderlin nos consigna, desde su inspiración: «Mucho ha experimentado el hombre [...] desde que somos habla y podemos oír unos de otros» (IV, 343)[8]. Aquí leemos como el lenguaje es constituyente de lo humano, es fun-dador del ser del hombre y de sus posibilidades, que fuimos y vamos siendo al largo de las épocas. Como hablar y oír, el lenguaje aparece genuinamente en la dimensión substantiva de diálogo - no como herramienta comunicativa de la razón, ni como código morfológica y gramaticalmente estructurado, pero todavía exterior al hombre, sino como unidad esencial de un diálogo[9], que es lo que somos y como somos. Que nuestra constitución sea dialógica, tal significa que el lenguaje se nos ofrece, en su romper como hablar y escuchar, unos a los otros, y aunque se nos pueda servir como enlace comunicacional, no somos nosotros que la generamos, sino que nos hacemos como somos simultáneamente a su irrupción, a su acontecer. Este diálogo, naturalmente, supone la audición recíproca, que es también, al final, la escucha del diálogo que el lenguaje es. De hecho, es por primero oír al lenguaje que cada uno de nosotros llega un día a hablarlo[10], a ser mediante su co-loquio, ya que incluso nuestro pensar, no autóctono, desabrocha de ahí. El lenguaje es su verdadera fuente, en cuanto posibilidad de demanda del y por el ser.

De acuerdo con este trasfondo, el diálogo y su unidad constituyen el suporte de nuestra existencia, no solamente por la formación de la subjetividad pensante, que se da al final por la exterioridad, a través del concurso imprescindible de la audición del lenguaje, sino igualmente de nuestra gesta y generación colectiva y histórica. Somos, los humanos, un hablar, fundamento de nuestra existencia, desde siempre, desde la apertura del tiempo como historia. Con la emergencia del lenguaje nos ha sobrecogido también la ocasión de cuestionar y demandar por el ser, preguntar que es histórico, que es la propia historia, también como respuesta – ya que toda encuesta visa una contestación – que son los vestigios y los marcos que históricamente trazamos en esa marcha hacia el encuentro del ser. El testimonio del ser por medio del lenguaje, oportunidad que éste nos consagra, es historia, es verdad histórica, de lo cual se sigue que «ambas cosas, ser habla y ser históricos, son igual de antiguas, van unidas y son lo mismo»[11].

Allende la ligación a la historia, el lenguaje es aún la condición necesaria a la existencia del mundo, en el cual el Da-sein toma curso y apertura estructural: «Sólo donde hay lenguaje hay mundo, o, lo que es lo mismo, la órbita siempre cambiante de decisión y obra, de acto y responsabilidad, pero también de arbitrariedad y ruido, caída y confusión»[12], este mundo donde el humano es historialmente. Por consecuencia, también al mundo le fondea el lenguaje, «que le permite al hombre situarse en medio de la apertura de lo ente»[13] y referirse al ser. En tal medida, el lenguaje, que desde sí se ofrece al género humano como acontecimiento (Ereignis), que eclosiona y fluye de su propio manantial, no engendrado ni motivado, aportando consigo, en su cauce, las claves y los hitos para la realización antropológica, «la más alta posibilidad de ser hombre»[14]. El acontecer del lenguaje se orza, pues, como el «supremo acontecimiento del existir humano»[15].

Quizás estos considerandos sean suficientes para establecer ya la poesía como la primicial y axiomática de las artes, pero el filósofo de la Schwarzwald lleva más lejos su intento. Sigámosle. El lenguaje introduce y funda el mundo. La palabra, en efecto, se convierte en mundo, designando las cosas, capturando ciertas permanencias en el continuo devenir sensible, operando una selección de las propiedades más destacadas o axiales de los entes. La palabra y el discurso dan paso al surgimiento del mundo, organizándolo, es decir, configurando estabilidad a los entes que se le cruzan en persistente transformación. He Heidegger reivindicando la aparición decisiva de la auténtica esencia de la poesía, cuando Hölderlin declama con elocuencia: «Pero lo que permanece, lo fundan los poetas» (IV, 63)[16].

Vemos, pues, que a la exigencia de establecer la perdurabilidad del ente responde la poesía con solicitud y destreza. La poesía funda, por intermedio de la palabra inspirada de sus trovadores, el remaneciente, fija la permanencia, quitándolo a la voracidad del tiempo, al flujo de la mutabilidad. De donde procede que «también el poeta usa la palabra, pero no del modo que tienen que usarla los que hablan o escriben habitualmente desgastándola, sino de tal manera que gracias a él la palabra se torna verdaderamente palabra y así permanece»[17]. El poeta denomina primordialmente todas las cosas en aquello que son, nombrar que no consiste en atribuir un vocablo a algo ya conocido y por alguna razón careciera de un significante. De modo muy diverso, y mucho más sobresaliente, lo ente pasa a ser denominado y conocido como es mediante este nombramiento poemático. La nominación poética no es, por lo tanto, exclusivamente una eficaz concesión terminológica al (refer-)ente, es, por encima de todo, investidura e asignación de las cosas y los entes, instauración esencial, dúplice, pero convergente, de la palabra, y de lo ente por la palabra, al abrigo del cuidado develador del libre ir al encuentro.

Hay que ver, con cautela, que «el poema no es un delirio que inventa lo que le place ni una divagación de la mera capacidad de representación e imaginación que acaba en la irrealidad»[18]. La lírica no puede ser un mero juego de palabras, primaveral, lúdico y fantasioso, como en la propuesta kantiana. «La poesía es fundación en palabra del ser»[19], tal su carácter y la dignidad de su tarea. Por tanto, es al ser, instancia de la máxima permanencia, inmenso ubre y sostén matricial de todo existir, que la poesía reporta su poder institutor y fundacional. La poesía funda directamente el ser, desoculta, presentifica. La palabra poética conduce al acontecer, trae a lo abierto «lo que sustenta a lo ente en su totalidad, lo que lo domina y atraviesa por completo [...]. El ser debe abrirse a fin de que aparezca lo ente»[20], desencubrimiento que se consuma como el modo propio de la inter-venir poético.

La esencialidad de los entes resulta, de esta manera, libremente donada, dádiva honda, primicial, del ser, que el verbo poético no sólo promueve, sino que también asegura y segura. La poesía se prenota fundadora y atestiguadora del ser, con lo cual conserva un vínculo profundo y substancial. La poesía no ha sido encerrada en el círculo metafísico de la reducción del ser a lo ente, por lo que ella se conserva apartada de la amnesia del ser. En realidad, desde este punto de vista, la fundación de la permanencia ontológica comporta intrínsecamente una responsabilidad añadida: la guardia y la custodia de lo revelado, que también es quehacer de los poetas: Lo remaneciente es «confiado al cuidado y servicio de los que hacen poesía» (IV, 145)[21].

En cuanto fundativa y investidora, como creación de ser, la poesía hace justicia a su etimología de poiesis – pro-ducción, portar a la presencia, hacer manifestar[22] - la cual, distinta de la praxis, resulta en obra, que se auto-sustenta, permanece por sí, prescindiendo de su propio creador, el artista. Eso ocurre con el poema, con las obras de arte en general – que una vez asentadas o terminadas, perduran para la posteridad, en su calidad de don instituidor y continente de ser. El poetizar, al igual que el pensar, constan de otro nivel de acción, que no es lo de la técnica modernamente desvirtuada y destructiva. Más se asemejan al universo de la tecne originaria, desvelamiento de alhqeia, de la verdad del ser en presentificación[23].

Como inauguradora de la historia y del mundo, tal como prototípica de toda acción humana en tanto que po(i)ética, la poesía no puede consistir solamente de un arte, incluso logrando entre ellas el estatuto de prístina y soberana. «El propio lenguaje es poema en sentido esencial. Pero como el lenguaje es aquel acontecimiento en el que se le abre por vez primera al ser humano el ente como ente, por eso la poesía, el poema en sentido restringido, es el poema más originario en sentido esencial»[24], modelo invulnerable a que se reconducen las restantes artes. Pero, más fuertemente, la poesía es el filón vital, el trazo cardinal, del habitar humano de la tierra: tierra frumenticia, nutriente, de la cual el humano saca su sustento, trayendo igualmente al abierto, a partir de las cosas dadas, otras cosas, antes veladas y latentes, gracias a su acción y pro-ducción técnica, por cuanto no sea violenta ni terrorífica, sino vera poiesis, creación original y continuación de la poiética ontológica fundamental.

No olvidemos, por lo tanto, que la «esencia del arte es poema. La esencia del poema es, sin embargo, la fundación de la verdad»[25] y del ser. Que la poesía sea radical fundación del ser por medio de la palabra significa que la lírica nombra – refiere y convoca – el ser y las cosas, instaurando y inscribiendo sus esencias en la palabra titular y tutelar. Mas el sentido de la fundación a través del verbo, que encieta la poesía, no se cierra en este plano, importantísimo, de la libre dotación de esencias y entes. La poesía asciende a ser la medida radiante para toda acción habitacional, técnica y poiética, ejecutando idénticamente la «firme fundamentación del existir humano sobre su fundamento»[26], en la medida en que la posibilidad y el irrumpir del hablar, y de hablar de las cosas, introducida por el lenguaje, corresponde a la instauración de un mundo, no entendido sólo como universo óntico referencial, al cual lo humano también se ve adscrito, como conjuntamente, y fundamentalmente, en cuanto la unidad histórica y cultural de un determinado pueblo en su epopeya, en su Da-sein.

En este sentido, Heidegger vuelve a invocar a Hölderlin, cuando éste dice que: «Lleno de mérito, mas poéticamente, mora el hombre sobre la tierra» (VI, 25)[27]. La medida de la habitación, el trasfondo, el nervio del ser-ahí antrópico, es, por antonomasia, poético. O sea, el más ínclito fundamento no es el mérito subsiguiente al esfuerzo y al empeño en la edificación del mundo a través del trabajo material, sino la dádiva que refiere y reporta la palabra al ser, que deja venir al encuentro, por vía del lenguaje, la libre fiesta y expansión de las cosas. Bajo esta óptica, «la poesía no es sólo un adorno que acompaña al existir, no es sólo un pasajero entusiasmo ni un mero enardecimiento o entretenimiento»[28]. Tampoco puede ser tomada simplemente como una actividad o expresión de la cultura, aunque fuera la más elevada, que condujera o reflejara de modo estéticamente superior su alma o cosmovisión. Se destaca, eso sí, como inquebrantable fuente y caudal del mundo, «el fondo que sustenta la historia»[29], perquisición, demanda y destinación al ser que nos añora y solicita.

Completemos entonces el desvío hecho hace poco a la Carta sobre el Humanismo, una vez que, si el ser reside en el lenguaje, que con-voca y despierta el pensar, «los pensadores y los poetas son los guardianes de esa morada [ontológica]. Su guardia consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en que, según su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí la custodian»[30]. Según se de-clara, pensar y poetizar son los modos de concretizar el mutual acceso entre ser y lenguaje, pero justamente porque son las formas fundamentales de portar, a la presencia, la revelación y el desocultamiento, la verdad del ser, que al humano compite desvelar, resguardar y conservar en su acción colectiva como género y temporalidad – maravillosa apertura al ser a través del lenguaje que por esta vía se nos abre también. En realidad, si es en el lenguaje, antropo-lógico, que el ser experimenta venir a la palabra y al pensamiento, serán naturalmente los filósofos, que la escuchan, y, sumamente, los poetas, incumbidos de su traer presente o presencial, los más aptos a entenderlo y instaurarlo, a velarlo y a revelarlo escrupulosamente. La riqueza inestimable de la filosofía y de la poesía asienta, como ya habíamos aflorado, en que albergan idiosincrásicamente una potencia y un estatuto onto-lógos, lo mismo es decir, que su logoV piensa y pronuncia el ser. A la poiética del ser, por tanto, responde y corresponde la poética del hombre, también como un hacer y un pro-ducir (poihsiV) desentrañador, que aporta lo latente al claro abierto, así entrando en compromiso con la verdad – en tránsito y desdoblamiento – del ser, al cual se dirige en la búsqueda que es la destinación histórica realizada como mundo.

Pues bien, si la poesía es, entre las humanas, actividad primigenia, entonces no podrá dejar de ser, semejantemente, el arte primero, pionero y cimero. La lírica es la inventiva y fecunda esencia de todas las demás artes, su núcleo primordial, su motor y inspiración, el hondo paradigma o arquetipo de todas las restantes producciones estéticas: «La verdad como claro y encubrimiento de lo ente acontece desde el momento en que se poetiza. Todo arte es en su esencia poema en tanto que un dejar acontecer la llegada de la verdad»[31]. En el límite, la poesía sirve hasta de piloto al propio lenguaje, en la mesura que esta sea también creadora. De hecho, como hemos visto, es el lenguaje que abre el mundo histórico y su galaxia de determinaciones y sentidos. Pero no todo el lenguaje - no en su faceta trivial, de comunicación cotidiana, que se limita a articular y proseguir la apertura previamente inaugurada. Es un lenguaje más axiomático el que se encarga de situarnos (en) el mundo, ese lenguaje radical que desvirga nuevos cursos y terrenos, que instituye los mundos históricos y abastece de ser a las cosas. Se trata de un lenguaje originario, que abre un mundo y establece nuevos lazos ontológicos. Por esa razón, ese lenguaje fondo y profundo, primitivo y misterioso, es, en su esencia, poesía[32] – y lo son, por extensión y derivación, todos las lenguas, todos los lenguajes auténticos: «El poema es el relato del desocultamiento de lo ente. Todo lenguaje es el acontecimiento de este decir en el que a un pueblo se le abre históricamente su mundo y la tierra queda preservada como esa que queda cerrada. [...] Es en semejante decir en donde se le acuñan previamente a un pueblo histórico lo conceptos de su esencia, esto es, su pertenencia a la historia del mundo»[33].


[1] - In IDEM, «Spiegel», Ed. Cit., p. 72.

[2] - In IDEM, OOA, 60.

[3] - In IDEM, Ibidem, 60.

[4] - In IDEM, Carta Sobre el "Humanismo", 313.

[5] - In IDEM, Ibidem, p. 313.

[6] - In IDEM, OOA, 60-61.

[7] - In IDEM, Hölderlin y la Esencia de la Poesía, Versión Castellana por Helena Cortés y Arturo Leyte, in M. HEIDEGGER, Aclaraciones a la Poesía de Hölderlin, Alianza Editorial, Madrid, 2005, p.38. La edición coteja las páginas de la edición original, cuya numeración adaptamos a partir de aquí. En el presente caso, se trata de la p. 32. Abreviamos el título de la obra por HEP.

[8] - Citado por M. HEIDEGGER, HEP, 31.

[9] - «Nótese que el término que traducimos por "habla", en alemán "Gespräch" (también "conversar", "conversación", "charla", "coloquio", "diálogo"), mantiene en ese idioma la misma raíz que "Sprache" («lenguaje») y "sprechen" ("hablar")», advierten los traductores de HEP, en Ed. Cit., p. 43, n.7.

[10] - «Poder oír no es una consecuencia de hablar unos con otros, sino por el contrario el presupuesto que lo permite» - in IDEM, Ibidem, 36.

[11] - In IDEM, Ibidem, 37.

[12] - In IDEM, Ibidem, 35.

[13] - In IDEM, Ibidem, 35.

[14] - In IDEM, Ibidem, 35.

[15] - In IDEM, Ibidem, 38.

[16] - F. HÖLDERLIN, citado por M. HEIDEGGER, HEP, 31.

[17] - In M. HEIDEGGER, OOA, 36.

[18] - In IDEM, Ibidem, 60.

[19] - In IDEM, HEP, 38.

[20] - In IDEM, Ibidem, 38.

[21] - HÖLDERLIN, citado por HEIDEGGER, HEP, 38.

[22] - Habría aquí que recordar las sugerencias de Gianni Vattimo sobre la arqueología filológica de Dichtung ('poesía), significando «creación, institución de algo nuevo» y de la correlativa forma verbal dicten en sus acepciones de «crear, inventar, imaginar, excogitar». Cf. G. VATTIMO, Introdução a Heidegger, trad. de João Gama, Ed. 70, Lisboa, 1989, p. 119.

[23] - Subrayando de nuevo su convergente plenitud de sentidos: a) – donación, como en regalar un presente; b) – dar o traer a la presencia, i.e., a la manifestación; c) – tornar o darse en el tiempo presente.

[24] - In M. HEIDEGGER, OAA, 61.

[25] - In IDEM, Ibidem, 62.

[26] - In IDEM, HEP, 39.

[27] - HÖLDERLIN, citado por HEIDEGGER, HEP, 31.

[28] - In HEIDEGGER, HEP, 39-40.

[29] - In IDEM, Ibidem, 40.

[30] - In IDEM, Carta sobre el "Humanismo", 313.

[31] - In IDEM, OOA, 59.

[32] Así asevera el filósofo alemán: «El propio lenguaje es poema en sentido esencial. Pero como el lenguaje es aquel acontecimiento en que se le abre por vez primera al ser humano el ente como ente, por eso la poesía, el poema en su sentido restringido, es el poema más originario en sentido esencial. El lenguaje no es poema por el hecho de ser la poesía primigenia, sino que la poesía acontece en el lenguaje porque éste conserva la esencia originaria del poema.» - In IDEM, Ibidem, 61.

[33] - In IDEM, Ibidem, 61.

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