I – La Crítica a la Metafísica y el encaminamiento
hacia el Arte y la Poesía
"La única medida del pensamiento proviene de la cosa misma que ha de pensar."
- Martin Heidegger
La tradición filosófica de Occidente, todavía existente en nuestros días, se ha instituido, en el curso de su milenaria historia, como Metafísica. Dicho – y escrito – de otro modo, la labor del pensamiento, como fue trillado desde Platón y Aristóteles, se ha establecido – y a pesar de la multitud de tendencias, concepciones y doctrinas que sus siglos guardan a nuestro cuidado – como interpretación del ente. Formulando la cuestión todavía de otra manera, y siguiendo la orientación que aquí tomamos de Martin Heidegger, con quien buscamos dialogar en este ensayo, la Metafísica europea ha reducido históricamente el Ser al ser de lo ente, obliterando, por lo tanto, la diferencia ontológica esencial, por un lado, y, por otro, la cuestión por la verdad del ser, que en ella no se coloca ni se conoce.
Este cuestionar fundamental ha sido, pues, olvidado, desde luego en su imperiosidad, pero principalmente en su esencia de a-lhqeia, o sea, des-ocultación o des-velamiento de un velado primordial - en la medida que lo lhqh, que el 'a' privativo niega, sea lo 'latente' o olvidado, esa oscuridad primacial del Ser al cual le gusta esconderse, como nos advirtió Heráclito. Hablamos de una no-verdad que no está opuesta a la verdad, que no es su reverso en el sentido de la falsedad, sino la ocultación o el encubrimiento originario, coesencial a la propia verdad. Ésta, tomada como a-lhqeia, no es sino proceso infinito de advenimiento, por medio del cual vienen des-ocultados y re-velados los entes, múltiplemente desdoblables en el tiempo, sin que el Ser, del cual provienen, alguna vez se reifique o agote.
La metafísica, hoy aún preponderante, decíamos, se olvidó, pues, de la veracidad ontológica, ha perdido de vista la tensión esencial entre la ocultación y el desvelar del Ser, epicentro de su misterio. Al revés, ha restringido la verdad al empobrecido estatuto de corrección gnoseológica, a la simple adecuación entre intelecto y realidad. Entendida como Historia del Ser – "esta historia [que] coincide con el destino que ha guiado hasta ahora el pensamiento occidental sobre el ser de lo ente" - la Metafísica reflexiona así, y destacadamente, la historia del olvido (lhqh) del ser. Además, la filosofía de Occidente, la que convirtió el ser en constitución de lo ente, olvidó similarmente, desde sus primordios, la relación decisiva del hombre al ser, relación temporal de cuestionamiento, comprensión y participación en el desvelamiento de su (no-)verdad encubierta.
Allende todas las artificiosas dicotomías que ha instaurado, el avance de la filosofía clásica disipó idénticamente de la tecnh humana su ínclita dimensión de verdad: La a-lhqeia es juego de desvelar lo velado, desvelar que es traer el ser a la presencia, y del cual también hacen parte la técnica, y toda la acción humana histórica en cuanto ser-ahí (Da-sein), entendidas, pues, como modalidades de ese desvelamiento veraz, de ese pro-ducir, traer o con-ducir a la presencia, o también acontecer del ser. O sea, según el filósofo de Freiburg, la técnica sería originariamente una instancia de poihsis, o poiética creativa, alzada en armonía con el modo propio de desocultación del ser. Guiada por la falsa luz de la metafísica, la crecida histórico-civilizacional de Occidente apagó de la tecnh esa constitutiva dimensión heurística, separando ineluctablemente arte y técnica de su connubio arcano.
En este prolongado movimiento histórico, a su turno, los entes y las cosas, se han visto impedidos de ad-venir libremente al encuentro en los claros del ser, libertad esa que es el cerne, el secreto, de la autentica alhqeia. La filosofía clásica los transformó en meros ob-jetos, pasibles de ser representados por una subjetividad o conciencia plenamente autónoma y segura de si misma, así como manipulables por la operatividad humana, que los torna en materias primas y mercancías, de acuerdo con una concepción técnica instrumental y antropocéntrica, y que visa ejercer sobre la naturaleza un dominio utilitario y eficiente. Este es el fulcro de nuestra destinación histórica hodierna – «el ser que determina la Edad Moderna en tanto que com-posición [Ge-stell] proviene del destino occidental del ser» - y cuyas raíces reposan pues en la medula más entrañada de la metafísica, por mucho que permanezca insospechado e incluso inverosímil que sus categorías y su disposición conceptual condicionen y moldeen el progreso histórico.
Los mediados de los años 30, cruciales para el giro o viraje (Kehre), se pautan pues por la fascinación de Heidegger por el enigma que preside y atraviesa el gran arte, atracción que se ha repercutido y desarrollado en el título El Origen de la Obra de Arte, que en los venideros capítulos consultaremos y comentaremos con más detalle, aunque sin perder jamás de vista otros textos del filósofo germánico. Nuestra intención es vislumbrar en qué moldes y contornos Heidegger piensa el arte como poesía, como en ellas eclosiona la verdad, como en ellas deflagran la tierra y el mundo.